Del cinturón de castidad al encaje erótico: la historia de la lencería femenina
Algunos
dicen que en el Antiguo Egipto, alrededor de 3 mil años A.C, surgió la ropa
interior para las mujeres. En ese momento se utilizaba para diferenciar a las
mujeres de clase alta de las delgadas, con una túnica fina que iba desde los
pechos hasta los tobillos.
Miles de años después, en
el Imperio Romano, la higiene personal comenzó a tomar un lugar más importante.
Las mujeres usaban bandas de lino o cuero para sujetar sus pechos, mientras que
para la parte inferior del cuerpo utilizaban taparrabos del mismo material.
Una de las piezas de ropa
interior más simbólicas de la idiosincrasia de la Edad Media son los cinturones
de castidad de hierro. La leyenda cuenta que, caracterizados como
incómodos, pesados y poco higiénicos, tenían el propósito de mantener la castidad
de las mujeres y asegurar la fidelidad de las esposas cuyas parejas se
ausentaban del hogar por mucho tiempo debido a las Cruzadas.
Aún así, no existe
evidencia real de que hayan existido; se cree que fue un simple mito nacido
para desprestigiar este período histórico y caracterizarlo como oscuro.
A partir de la Revolución
Francesa, la idea del glamour comenzó a surgir con la aparición de los corpiños
y el corsé. Este último tenía el propósito de realzar el busto y afinar la
cintura, a punto tal que en muchas ocasiones podía llevar al desmayo.
En el año 1837, con la Era
Victoriana, la lencería comenzó a incorporar sus primeros toques de
sensualidad: corsés y corpiños más cómodos y elásticos pero con telas sedosas y
ligueros.
A comienzos del siglo XX
comenzó la “revolución”: la ciudadana neoyorquina Mary Phelps Jacobs se cansó
de la incomodidad del corset y creó el primer corpiño a partir
de dos pañuelos de seda blanca, una cinta y un cordón.
Actualmente, la variedad de
modelos es interminable en talles, colores y diseños que van desde prendas
pequeñas como tangas hasta más cubritivas como boxers femeninos, vedetinas y
culottes.
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